Por Veronica Valeria De Dios Mendoza.
Los movimientos feministas se dirigen hacia el feminismo institucional con desencanto. Su confusión radica en la viabilidad por incorporar su fuerza de trabajo dentro de las mismas estructuras de poder que señalan y cuestionan. Es así que las mujeres que abandonan la lucha dentro de los espacios no gubernamentales para ocupar espacios en las grandes instituciones, son señaladas como traidoras que abandonan la causa para servir al enemigo en beneficio propio.
Esta percepción errónea acerca de cómo debe concebirse el feminismo, ha terminado por obstaculizar las peticiones que se encuentran inmersas en las luchas constantes por garantizar y reconocer los derechos de mujeres y niñas. Vuelve tardados e ineficaces los procesos, e impide la incorporación de una perspectiva inclusiva y no sexista en la procuración e impartición de justicia.
Ante la acusación de abandono de los objetivos más ambiciosos, se establece como contradicción: la imposibilidad de llevar a cabo transformaciones a favor de las mujeres sin aliadas que materialicen dentro de las instituciones, las demandas y grandes esfuerzos de los movimientos.
Por tanto, puede decirse que ambas expresiones del feminismo se encuentran profundamente conectadas. El feminismo institucional se gesta a partir del movimiento feminista, puesto que desde el primero se recogen parte de las reivindicaciones de los movimientos, como la incorporación de la mujer en los lugares de toma de decisiones; es decir, pone en evidencia la ridícula división de la ciudadanía en la esfera pública y la esfera privada (o doméstica), lo cual traduce las diferencias biológicas de los sexos en desigualdades sociales.
Ejemplo de ello es el caso González y otras (Campo Algodonero) vs. México, una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos del 16 de noviembre de 2009 sobre la responsabilidad internacional del Estado por la falta de diligencia en las investigaciones relacionadas a la desaparición y muerte de tres mujeres, la cual sentó un precedente para toda América Latina en el tema del feminicidio gracias al esfuerzo de los movimientos feministas liderados por familiares de mujeres desaparecidas y asesinadas. Por otra parte Marcela Lagarde, desde el feminismo institucional creo una Comisión Especial de Feminicidio en el Congreso para investigar el asesinato de mujeres en Ciudad Juárez, dirigió la Investigación diagnóstica sobre Violencia Feminicida en la República Mexicana, por la cual se descubrió que el feminicidio no es exclusivo de Ciudad Juárez, promoviendo con ello su tipificación en el Código Penal Federal y la creación de la Ley General de Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia.
Desde esta perspectiva es importante resaltar que el feminismo institucional y el movimiento feminista se necesitan mutuamente; el primero para emerger dentro de aquellos ámbitos que lo han vetado, y el segundo para poner en práctica sus propuestas, puesto que las políticas de igualdad no habrían podido desarrollarse sin la contribución fundamental de mujeres feministas que trabajaron arduamente tanto fuera como dentro de las instituciones, para hacer de los derechos que gozamos hoy una realidad. En ese sentido, las alianzas entre las distintas expresiones del feminismo aparecen como una exigencia indispensable no solo para socializar experiencias y compartir aprendizajes, sino también para diseñar estrategias e instrumentos comunes que permitan derrocar las estructuras patriarcales que pretenden mantener a la mujer en la subordinación.
Por otra parte, la existencia del feminismo institucional ha permitido que los movimientos no queden fragmentados a meras peticiones en pro de visibilizar a las mujeres en los espacios públicos, exigencias sin objetivos establecidos y concretados. Es así que dichos espacios se convierten en elementos constitutivos de aterrizaje, donde se requiere aunar los saberes de mujeres políticas, servidoras púbicas, activistas y ciudadanas; y que estos se permeen y transfieran.
La importancia de la anexión de mujeres feministas dentro de las instituciones, da paso a que la procuración e importación de justicia se lleve a cabo a través de una perspectiva de género; así como también, permite la regeneración de estructuras dañadas por prácticas misóginas y machistas, que se encuentran invisibilizadas en el interior de los distintos niveles de gobierno. De esta manera el feminismo institucional puede surgir a través del cambio de estructuras mentales de agentes ya establecidos dentro de las instituciones, mediante la sensibilización en materia de derechos humanos y perspectiva de género; así como a través de la integración de mujeres expertas que participan activamente dentro de los movimientos feministas.
En este marco, se hace urgente redefinir formas de visualizar el hacer y el estar en las instituciones. Las mujeres que se sienten atraídas por la posibilidad de poner en marcha políticas y acciones concretas desde los ámbitos gubernamentales y abandonan su actividad en los grupos feministas, incorporándose a puestos públicos, no deben ser señaladas mediante la etiqueta de traición, pues no se abandona la lucha, sino se retoma a través de una distinta forma de expresión.
La falta de sintonía y entendimiento entre el movimiento feminista y las mujeres responsables de la acción política institucional reduce la eficacia de las políticas de igualdad y contribuye a despolitizar los esfuerzos tendientes a lograr una sociedad más justa e igualitaria para las mujeres. Por tanto su comprensión mutua permitirá a la democracia adquirir la dimensión transformadora de la que ahora carece, teniendo siempre presente que el feminismo institucional para que sea valioso, debe ser profundamente crítico ante quienes detentan el poder.