Por Verónica Valeria De Dios Mendoza
Nos dijeron equivocadamente que la puta es la peor mujer del mundo, y que por ende ser «una o un hijo de puta» constituye una ofensa, tal como si quienes voluntariamente prestan servicios sexuales fuesen seres totalmente carentes de valor, situadas jerárquicamente por debajo de aquellas que el sistema malamente llama «las políticamente correctas».
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