Por Verónica Valeria De Dios Mendoza
Al amor se le ha cargado de todos los pecados inimaginables, sin embargo, me permito decir que esto no es más que fruto de la persistente confusión entre amor y las diversas uniones sentimentales existentes como sinónimos.
Lo cierto es que el amor y las distintas relaciones como el matrimonio y el noviazgo nada tienen nada en común; ni unos ni otros mantienen siempre su eclosión y objetivos en la misma razón. Y aunque no hay duda que existen relaciones que sustentan su razón de ser en las mismas premisas que dan sustancia al amor, son en su mayoría aquellas las que surgen en base a acuerdos económicos, la satisfacción sexual o incluso el miedo a la soledad.
Algunas etnografías realizadas en culturas distintas nos aportan resultados enteramente comunes: la mujer desde la antigüedad ha sido recluida dentro de los confines del ámbito privado. El matrimonio convencional, el cuidado de los hijos y del hogar como única e indiscutible opción para lograr su realización personal. Mientras el hombre se desplaza en las infinitas ramificaciones que brinda el espacio público, la mujer permanece en la estrechez de las uniones afectivas que por su reducido alcance se convierten en un inevitable cautiverio.
Por el contrario, el amor se nutre en esencia de la libertad, y ¿qué puede haber de semejanza en ello cuando hay uniones que se muestran desde la presión social y no de la elección pura y personal? Con ello nos retornamos al matrimonio infantil, un tópico que pone en marcha un ciclo de marginación que niega a las niñas sus derechos más básicos, como la educación y la propia libertad.
Por otra parte nuestra cultura mitifica, normaliza todo lo que emerge de cualquier unión y lo devuelve disfrazado falsamente tras la etiqueta de amor. De esta manera la apropiación, la anulación y la pérdida de individualidad se convierten en ejes fundamentales para definirlo, los cuales sin ser percibidos se normalizan.
Las formas de coartar la libertad son múltiples: las mujeres terminan por oprimirse a sí mismas, muchas creen en las uniones para toda la vida, soportando cualquier tipo de violencia, vejación o monotonía que de ella puede emerger.
De todo ello surge el discurso de desafío, movido por las teorías feministas en contra de las afectividades. Esto denigra equivocadamente la reputación del amor y nos orilla a quienes militamos en el movimiento a optar por la mezquindad hacia el mismo.
Pese a ello he de decir que la solución no estriba en la anulación y privación de las diversas uniones afectivas sino por el contrario, en dotarlas de amor para volverlas más sanas, prósperas y justas. Las mujeres deben aprender a reconocer en la ideología barata que nos venden las diferencias entre el amor y todo aquello que se le parece pero que en opuesto resulta sumamente devastador .
Esta idea de sufrimiento no tiene nada que ver con el amor, porque el amor no es no esclavitud, ni obsesión, ni dependencia, no esta peleado con la razón, el amor en si mismo es razon ,es un acto de rebeldía ante las instituciones patriarcales que nos imponen las relaciones afectivas como exclusivos y rígidos medios de subordinación. En el no existe la victimización, sólo hay autores y autoras de su propio destino que deciden o no compartirse.
El amor por esencia es feminista, sin igualdad y equidad no habrá amor verdadero, habrá sólo meras uniones propensas a reproducir la psicología de la esclavitud.