Verónica Valeria de Dios Mendoza
En México existe un contexto grave de violencia estructural contra las mujeres. De acuerdo con la información oficial proporcionada por las Procuradurías de Justicia y Fiscalías estatales al Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF), de 2014 a 2017 fueron asesinadas un total de 6297 mujeres en 2552 Estados del país, de los cuales 1886 casos fueron investigados como feminicidio, es decir sólo 30%.[1]
La prevalencia de una cultura de la impunidad es uno de los factores más preocupantes para la erradicación de la violencia contra las mujeres en México. El conocimiento de la historia de los derechos de las mujeres, nos permite concluir que la promulgación de las normas no implica siempre un cambio automático en la condición de la mujer, ya que estas, a su vez, son objeto de interpretación de las autoridades, instituciones y de la ciudadanía, quienes contribuyen a darle entidad a esa norma y al valor jurídico que se desea proteger. Comprender esta estructura, y los patrones socioculturales en las instituciones encargadas de aplicar las normas, nos permite entender que, los movimientos feministas desarrollan un papel importante en prevenir, sancionar, atender y erradicar las diferentes manifestaciones de la violencia en los diferentes espacios que de una u otra forma contribuyen a perpetuar la desigualdad social entre mujeres y hombres.
A raíz del movimiento #NoMeCuidanMeViolan, en el cual integrantes de varias organizaciones feministas se manifestaron en México contra la indiferencia de las autoridades capitalinas y mexiquenses exigiendo seguridad, surgieron respuestas de la sociedad y de los medios de comunicación, enfocadas principalmente en los daños materiales que se ocasionaron ese día, en lugar de la violencia sistemática que padecen las mujeres en el país; reproduciendo con ello la violencia en el discurso, al deslegitimizar las causas feministas. Ejemplo de ello es el hashtag #EllasNoMeRepresentan, mediante el cual mujeres aseguraron que las “(…) encapuchadas que vandalizaron en contra de monumentos, policías y medios de comunicación durante la marcha feminista, no pertenecen al movimiento(…) ”.
El intento de argumentos que intentan restar valor al discurso de los movimientos feministas, atacando el tono, en lugar del mensaje, es lo que la defensora de la teoría de la raza crítica Patricia J. Williams llama “Tone Policing”, o también conocida como “la vigilancia del tono” , “el control del tono”, “la fiscalización del tono” o “la falacia del tono”.[2] Al concentrar la relevancia en las formas y medios, se relega la atención en el problema de la violencia, por lo que esta persiste y se reproduce.
La vigilancia de tono se dirige con frecuencia a las mujeres o a oponentes que estén más abajo en la «escala de privilegios», los hombres cambian su táctica para criticar cómo hablan las mujeres en lugar de lo que las mujeres dicen, de tal manera que el resultado de una disputa no se decide sobre los méritos de una discusión sino sobre si los hombres deciden participar[3]. Ejemplo de ello es el movimiento Black Lives Matter, a las feministas que se manifestaron se les pedía intentar ser más educadas y amansarse. En consecuencia, en control del tono, es una herramienta para desviar la atención sobra las injusticias y ubicarlo como si fuera un problema en el estilo de la queja, más que en la queja en sí misma[4].
De este modo, la fiscalización del tono refleja la ausencia social de un análisis crítico del discurso feminista. Es decir, emerge de la carencia de una perspectiva que habilita observar, registrar y analizar posiciones de agencia resistentes, desafiantes y transformadoras de aquellas prácticas discursivas hegemónicas que posicionan de forma convencional a las mujeres del lado de la impotencia.[5] La objeción del tono, sin la objeción de los argumentos de fondo mantiene su raíz en:
1. Posición de las mujeres dentro del sistema sexo/género, es decir, cómo a partir de un dato de nuestra biología – específicamente de nuestra naturaleza sexual se decide arbitrariamente nuestro destino, tanto a nivel social como de nuestra realidad psíquica, por caminos injustamente distintos. Se establece a la mujer desde el “deber ser” como sumisa, abnegada, subordinada, lo que va en contraposición a la categoría subversiva que las mujeres mantienen como integrantes de los movimientos feministas y por tanto agentes de cambio que pasan de ser simples receptoras de leyes a protagonizar su construcción.[6]
Por tanto, la mujer como protagonista de “medios no pacíficos”, es colocada fuera de la figura de “la mujer políticamente correcta” que mueve sus acciones dentro de la pasividad, generando un rechazo social. En contraste con la posición del varón donde basta con expresar ira para atraer la atención de los demás y «hacerse respetar», siendo este un privilegio que las mujeres no poseen[7].
A través de dicho mecanismo ideológico encubierto, la cultura se disfraza de naturaleza por medio de sanciones, tabúes y prescripciones, convenciéndonos de que nuestro destino está vinculado necesariamente a un rasgo de nuestra corporalidad que nos define y nos distingue entre mujeres y hombres.
2. Concepción de la violencia en contra de las mujeres como una problemática privada. Recortar la atención respecto a la violación de los derechos humanos de las mujeres por razones de género, a través la díada víctima / agresor, posiciona a las mujeres en un lugar pasivo, tanto frente al agresor como a los recursos institucionales. De este modo, se refuerza la visión que se trata de un problema de índole privado que no concierne al Estado, donde la omision del mismo por atender las exigencias de los movimientos feministas a través de medios pacíficos, debe quedar en la inmovilidad o el desistimiento, por no posicionársele como responsable dentro de la problemática.
3. Miedo generalizado de los varones a la pérdida total o parcial de un contexto social que de permisividad al refuerzo de su masculinidad. Desde su más temprana edad los hombres son sometidos a un proceso de aprendizaje al que se le denomina “ortopedia”, para llegar a constituirse como hombres. A lo largo del mismo internalizan una serie de mandatos (un hombre deber ser) y una serie de atributos (el hombre es) que se hallan interrelacionados y en permanente retroalimentación. A través de estos mandatos y atributos, definen su existencia, será la exhibición de estos atributos y el ejercicio de los mandatos lo que los hará varones a sabiendas de que el traspaso de dichos márgenes puede exponerlo al rechazo de los otros varones y también de las mujeres.
Es así, que la violencia de género actual de los varones es un intento por demostrar la superioridad masculina. A diferencia de la “violencia instrumental”, necesaria en la búsqueda de un cierto fin, la violencia en contra de las mujeres es una violencia expresiva que produce reglas implícitas, a través de las cuales circulan consignas de poder[8]. Por tanto, no son obra de hombres desviados individuales, enfermos mentales o anomalías sociales, sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y nuestras fantasías y les confiere inteligibilidad.[9]
Los movimientos feministas representan la lucha por erradicar los recursos de poder que le permiten a los varones mantener su superioridad y reproducirla.[10], es así que, la vigilancia del tono suele ser desencadenada por el temor a perder su posición de poder y dominio.
3. Como se entiende la violencia de género y el proceso de victimización de las mujeres. Intervenir a través de los movimientos sociales, para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres por razón de género, supone sacudir categorías que redifican el lugar de víctimas-femeninas-pasivas-indefensas y agresores-masculinos-activos-poderosos. Definir a las mujeres solo como mujeres maltratadas o víctimas de violencia constituye una imagen incompleta de sus vidas, porque no da cuenta de identidades importantes que configuran sus experiencias y que – tal como requiere la perspectiva interseccional – hacen a los “sistemas entrelazados de opresión”.[11]
Frente al proceso de victimización, se contrapone el proceso de desvictimización que consiste que, contra el imaginario de la “pasividad femenina”, la realidad y la historia demuestra que las mujeres despliegan innumerables estrategias de defensa y protección en pos de garantizar su integridad, en contraposición al lugar común que sostiene que las mujeres no suelen hacer nada para salir del contexto de violencia en que se encuentran.[12] Es relevante entender, que las mujeres no son meras víctimas de la violencia de los hombres, son también agentes sociales y culturales que cuestionan las acciones y las creencias de aquellos. El “Tone Policing” constituye un fenómeno que deja de lado un análisis de los intentos de las mujeres por transformar los aspectos de sus entornos que las dañan.
La “resistencia” de las mujeres dentro de un contexto de violencia, es el acto que incluye las estrategias abiertas y encubiertas para impugnar lo su afectación perciben como injusto o dañino. Desde este punto, es importante abordar los movimientos de mujeres desde la desidealización de la resistencia a través de actos pacíficos.
La utilización de métodos violentos ante la ausencia de atención por medios institucionales pacíficos, refleja la dura realidad respecto a que los grupos privilegiados prescinden rara vez de sus privilegios. El movimiento Sufragista, es un ejemplo de lucha que opta por la exposición pública y acciones directas (manifestaciones masivas y alocuciones públicas, etc), entre las acciones que muestra se halla la destrucción de la Venus desnuda en la Galería Nacional y el sacrificio de Emily Davison en el Derby Epson.
Tal como menciona Juana Rouco: “(…) Pedir al Estado el reconocimiento de los derechos civiles de la mujer y la reivindicación del niño, es tarea vana que realizan las mujeres que creen cándidamente que por medio de la ley y de la acción legalitaria (…), conquistarán la reivindicación de estos derechos(…)”.[13] Si el Estado es un actor que se define por su punto de vista masculino y la masculinidad se define, a su vez, por la violencia que puede ejercer sobre el cuerpo de las mujeres, entonces, no hay opción y la única respuesta posible es a través de la elección de métodos que rebasaron las vías institucionales, los cuales brinden la posibilidad del ejercicio real de sus derechos, no como meras receptoras de las leyes, sino como protagonistas en la construcción de las normas que deben orientar a la sociedad.
La ausencia de respuestas del Estado ante las luchas pacíficas, legales e institucionales de los movimientos feministas, no tienen que tener como consecuencia la réplica inerte del grupo oprimido, o la repetición de los medios y formas que antes resultaron inútiles, sino por el contrario, es necesario comprender que es precisamente la misma omisión del Estado la que obliga a los movimientos feministas a la diversificación de los medios para conseguir lo negado. Por tanto, existe la necesidad de utilizar medios y formas distintas a las pacíficas, a través del uso de formas más disruptivas de acción directa, por haber sido estas inútiles ante las exigencias manifestadas. Es así, que su misma omisión, establece al Estado como causante – responsable, de lo que el mismo señala como «daños patrimoniales nacionales» .
De modo que, cuando el Estado recrimina y señala las formas más contundentes de acción directa por parte de los movimientos feministas, no solo niega su responsabilidad por tales actos, sino que rechaza su obligación de prevenir, sancionar, erradicar la violencia contra la mujer.
Referencias:
[1] Observatorio Ciudadano Nacional de Feminicidio. 2018. informe implementación del tipo penal de feminicidio en México: desafíos para acreditar las razones de género 2014-2017. México. Católicas por el Derecho a Decidir A. C.
[2] Patricia J. Williams, The Alchemy of Race and Rights (La alquimia de la raza y los derechos) (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1991)
[3] Bailey Polonia (2016) Haters: Hostigamiento, abuso y violencia en línea, pág. 46. Prensa de la Universidad de Nebraska.
[4] Keith Bybee (2016) How Civility Works, p. 30. Stanford University Press
[5] BAXTER, Judith, 2003. Positioning gender in discourse: A feminist methodology. Basingstoke: Palgrave Macmillan.
[6] https://journals.openedition.org/polis/11600
[7] Ramos Padilla, M. A. (2005). Masculinidades y violencia conyugal: Experiencias de vida
de hombres de sectores populares de Lima y Cusco (pp. 18-33; 41-165). Lima:
Universidad Peruana Cayetano Heredia
[8] Rita Laura Segato. (2013). La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado. Buenos Aires: Tinta Limón. Pág. 8.
[9] Segato, Rita, “La guerra contra las mujeres”, pág. 81
[10] Olavarría, J. (2005). Género y masculinidades. Los hombres como objeto de estudio. En Persona y Sociedad, VOL XIX N°3 (pp. 141-161). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
[11] Alcalde, M. Cristina, 2014. La mujer en la violencia. Pobreza, género y resistencia en Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
[12] VELÁZQUEZ, Susana, 2003. Violencias cotidianas, violencias de género. Buenos Aires, Editorial Paidós.
[13] ROUCO, Juana (1923), “La mujer y el niño ante la ley”, Nuestra Tribuna, Necochea, 1 de septiembre, s/p.