La procreación y el amor romántico como formas de invisibilización del placer sexual de la mujer

Por: Valeria De Dios.

La socialización del ejercicio de la sexualidad en mujeres y hombres conlleva procesos distintos. Es decir, dependen de la forma en la que socialmente están construidas las masculinidades, y del estereotipo que gira en torno a la «mujer políticamente correcta».

La ortopedia, misma que constituye el proceso de aprendizaje al cual son sometidos los varones desde temprana edad para llegar a constituirse como hombres; se configura por medio de: 1) el ejercicio de mandatos “el hombre deber ser…”; 2) la exhibición de atributos “el hombre es…” Estos mandatos y atributos corresponden al estereotipo de la masculinidad y que, como tal, delimitan los márgenes dentro de los cuales puede desenvolverse y desarrollarse un varón para pertenecer al mundo de los hombres, a sabiendas de que el traspaso de dichos márgenes puede exponerlo al rechazo de sus pares y también de las mujeres[1]. En este sentido, la búsqueda del placer sexual es la expresión de ese mandato de masculinidad. Es el medio por el cual se expresa el “debe ser” – “el hombre deber ser más sexual”- y “el hombre es promiscuo”. Es decir, a través de su satisfacción sexual el varón expresa atributos y mandatos que reafirman su existencia dentro del modelo de masculinidad[2].

Dicho conjunto de experiencias iniciáticas o “pruebas” llevadas a cabo por los hombres para hacerse tales frente a ellos mismos y a los otros y otras, conllevan a establecer el ejercicio de la sexualidad desde el placer sexual.

En cuanto a la mujer, el elemento más significativo que conforma el modelo de la mujer políticamente correcta recae en la pasividad sexual. Para expresarlo de modo más entendible, el fin en sí mismo de la libertad sexual de la mujer se haya en la ideología hegemónica del amor romántico, de cual sus principales características son las de un sistema fundamentado en la pareja monogámica, heterosexual, orientada a la procreación e indisoluble como parte esencial de la realización personal. De este modo es posible percibir como desde los remotos tiempos que el hombre puede darse el lujo de separar el sexo del amor sin ser condenado por la sociedad, más por el contrario se le apremia.

Lo que en realidad es solo una opción para la vida y sexualidad de la mujer, se dicta como una única ley cimentada en prejuicios antiguos que le dificultan darse cuenta que existen otros caminos distintos a los que nos han impuesto por siglos y por tal considerados como sagrados. Es por esta terrible realidad que se le impide, aun siendo su deseo el vivir diferente, enriquecerse de otras experiencias tanto sexuales como amorosas, y la opción de alejarse de relaciones insanas para buscar su propia felicidad.

De modo que, la ideología romántica se convierte en el motor de accionar de las conductas tan básicas y ordinarias de la mujer, movidas por el miedo a ser lanzadas a la hoguera de la moral pública. Condenadas no solo por los hombres, sino por las mismas mujeres que inmersas en un contexto de violencia se ven obligadas por el sistema a competir por la atención y la aprobación del sexo masculino; a través del rotulo social de la mujer respetable son señaladas entre sí. El patriarcado opera no solo con la oposición de hombres contra las mujeres, sino también de manera crucial poniendo a las mujeres políticamente correctas en contra de las mujeres que no encajan en el absurdo molde social. Lo anterior, propicia la división entre buenas y malas, decentes e indecentes, lo cual mantiene a las mujeres bajo control, siendo la competencia la principal herramienta que convierte a las propias víctimas del sistema en aliadas de su propio opresor.

El amor romántico como bien supremo de la vida de la mujer funciona como la estrategia más poderosa de control que le asegura al hombre la exclusividad sexual sobre los cuerpos de las mujeres. El sistema percibe a la ideología romántica como el existir de la sexualidad de la mujer, donde no es posible percibir amor y sexualidad como dos entes independientes entre sí. Por tanto, la visibilidad del placer sexual desvinculado del amor romántico y por ende de la procreación, implica desafiar el conjunto de normas sociales establecidas; sitúa a la sexualidad desde la propia satisfacción y necesidades, y no desde la opinión pública. En ella, la finalidad de su vida ya no es el amor, sino su yo, su individualidad.

En el caso, donde la sexualidad de las mujeres es explicada a través del amor romántico puede que no exista el placer sexual o la intención por parte de las mujeres de experimentar dicho placer, sin embargo, la sexualidad de la mujer se resume erróneamente en dicha vertiente

Por otra parte, la procreación se establece como otra de las figuras en las cuales se confina la sexualidad de las mujeres, sin embargo, a pesar de que no siempre es explicada a través del amor romántico- es decir como producto del coito en relaciones heterosexuales-, su existencia en sí misma, si se vincula a idealizaciones patriarcales que la establecen como parte esencial de la realización personal de las mujeres que tienden a invisibilizar el placer sexual de la mujer.

Cuando se habla de que no siempre la maternidad se establece como producto del coito en relaciones heterosexuales, se intenta explicar que existen múltiples métodos, como los son los de reproducción asistida, para lograr la procreación. Sin embargo, en el caso del coito como uno de los procesos de procreación, en el caso de las mujeres se encuentra disociada del placer sexual.

Esto es, debido a que para la realización del coito vaginal se dejan de lado otros órganos sexuales. La mujer es penetrada y fecundada por la vagina, que solo se convierte el centro erótico por la intervención del hombre. En muchos casos, el placer se alcanza por las contracciones de la superficie interior de la vagina; sin embargo, no siempre se resuelve en un orgasmo preciso definitivo. La anatomía y la clínica prueban abundantemente que la mayor parte del interior de la vagina no está inervada, por lo que se puede proceder a numerosas intervenciones quirúrgicas en el interior de la vagina sin recurrir a los anestésicos. Se ha demostrado que, en el interior de la vagina, los nervios están localizados, en una zona situada en la pared interna próxima a la base del clítoris. Por lo que la satisfacción obtenida se refiere probablemente más al tono muscular que al estímulo erótico de los nervios. [3]

De lo anterior, parte la correcta delimitación entre dos órganos: la vulva y la vagina. La anatomía sexual típicamente considerada femenina incluye la vulva y órganos reproductivos internos como el útero y los ovarios. La vagina es un conducto que conecta la vulva con el cervix y el útero; mientras que la vulva es el conjunto de los genitales femeninos: incluye los labios vaginales, el clítoris, la abertura vaginal y el orificio uretral (por donde se orina).  En cuanto al Clítoris, se compone de un tejido esponjoso que se expande durante la excitación sexual, tiene miles de terminaciones nerviosas, más que cualquier otra parte del cuerpo humano, siendo su único propósito el placer sexual.[4] Por lo que llamar vagina a la vulva constituye una forma de invisibilizar el placer de la mujer.

La fecundación puede efectuarse sin que la mujer experimente el menor placer. Por lo que esta muy lejos de representar para la mujer la realización del proceso sexual. Al contrario del hombre, el proceso de procreación se confunde con el propio placer; el coito en si mismo trae consigo el orgasmo y por ende el placer sexual. Por lo que el erotismo de la mujer es mucho más complejo.

Resumir la sexualidad de las mujeres dentro del campo del amor romántico y la procreación constituye una violencia de tipo simbólica, la cual es ese tipo de violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas «expectativas colectivas», en unas creencias socialmente inculcadas[5]. Dicha violencia, deja consignas y mensajes implícitos que establecen el cuerpo de las mujeres como meros objetos de satisfacción sexual de los varones e incubadoras de procreación – como una forma de reducir el placer de la mujer a una función reproductiva -. Es decir, se les despoja de la calidad de personas, seres autónomos con la capacidad y la libertad de sentir placer sexual.

 

Referencias:

[1] Olavarría, J. (2013). La crisis del contrato de género y las masculinidades. En C. Mora (ed.), La desigualdad en Chile: la continua relevancia del género (pp.306). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.

[2] Rita Laura Segato. (2013). La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado. Buenos Aires: Tinta Limón. Pág. 8 y 22.

[3] De Beauvoir, Simone. El segundo sexo. Capítulo III, La iniciación sexual. Buenos Aires, Sudamericana, 1999. Prólogo de María Moreno. Pág. 312- 344.

[4] ¿Cuáles son las partes de la anatomía sexual femenina?, Planned Parenthood. Consultado en: https://www.plannedparenthood.org/es/temas-de-salud/salud-y-bienestar/anatomia-sexual-y-reproductiva/cuales-son-las-partes-de-la-anatomia-sexual-femenina

[5] Bourdieu emplea el término «poder simbólico» para referirse no tanto a un tipo específico de poder, sino más bien a un aspecto de la mayoría de las diversas formas de poder que se despliegan rutinariamente en la vida social y que rara vez se manifiestan abiertamente como fuerza física. El poder simbólico es un poder «invisible», que no es reconocido como tal , sino como algo legítimo, presupone cierta complicidad activa por parte de quienes están sometidos a él, requiere como condición de su éxito que éstos crean en su legitimidad y en la de quienes lo ejercen. Tomado de: Bourdieu, Pierre (1999c.) Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, 2ª edic, Anagrama, Barcelona.

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